Mi primer trio
Historia del primer trio con mi marido y un vecino
En esos años éramos todavía muy jóvenes y nuestra vida sexual era intensa, pero aun así buscábamos nuevas maneras de gozar y mi marido me propuso que hiciéramos un trio.
Hasta entonces (yo tenía 26 años) yo sólo había conocido a mi primer novio y a mi marido y la idea de ver desnudo a otro hombre me encantó, aunque no era fácil decidir a quién.
Tras un par de meses de este sí y este no, quedamos en proponérselo a nuestro vecino del piso de arriba, Gustavo, un tipo divorciado de 35 años que sin duda estaba enamorado de mí.
Solía venir a casa a comer de vez en cuando y una noche se lo dijimos (ay, qué nervios) y aceptó encantado. Acordamos ir a bailar los tres ese sábado y ver qué pasaba.
Yo estaba tremendamente excitada y muy nerviosa, porque una cosa es hablarlo y otra llevarlo a la práctica. ¿Me atrevería?.
Quedamos con mi marido en que yo bailaría un rato con cada uno y que aprovecharía el contacto con Gustavo para excitarlo sexualmente, lo que yo estaba segura que no me costaría nada, luego veríamos.
El lugar al que fuimos –tomamos un taxi- era muy apropiado por la escasa luz y la buena música; de hecho era el único sitio de música romántica.
Yo me había puesto un vestido amarillo muy suelto y algo escotado, sandalias blancas, lo mejor, de todos modos, es que iba sin ropa interior, detalle que se le ocurrió a mi esposo y que me hizo sentir excitada en todo momento.
Ni hablar de la reacción de Gustavo al darse cuenta de eso: apenas comenzamos a bailar lo noto acariciar mi espalda y más aún cuando sus manos se atrevieron a bajar hasta mi culo.
Sentí una oleada de calor, mezcla de deseo sexual y vergüenza, cuando acarició mis nalgas y empezó a frotar su bulto contra mi vientre: era muy, muy excitante, pero a la vez me aterrorizaba, no sé por qué.
Ambos nos excitamos desde el inicio y la sensación de ansiedad no hizo más que aumentar durante las dos horas que pasamos allí y me dejé acariciar entera por él, que aprovechó la penumbra para meter las manos por debajo de mi vestido y acariciar mi vulva húmeda y caliente, a la vez que yo tomaba coraje y le palpaba el pene erecto a través de la tela de su pantalón.
Él estaba desesperado de ganas y yo no sabía qué hacer y se lo dije a mi marido, que estaba tan caliente como el otro.
“Vamos”, dijo, “Tomemos un taxi y vamos los tres a casa a follar bien”. Eso me impactó.
El viaje en taxi a casa fue una de las situaciones más intensamente sexuales de mi vida, pues mi marido se sacó el pene y quiso que yo me sentara encima para penetrarme, lo que por muy poco no sucedió.
Gustavo también se había sacado el pene y quería que yo se lo acariciara, lo que hice con cierta timidez mientras trataba de contener a mi marido y me espantaba de la cara del taxista, que intentaba ver por el espejo retrovisor.
Llegamos a casa transpirados y ellos tenían el pene tan erecto que les costó guardarlo para bajar del taxi.
Entramos a casa, yo me quité las sandalias y mi marido sirvió whisky para los tres, tras lo cual se desnudó para que yo le chupara el pene, me agaché y le hice una mamada mientras Gustavo me acariciaba el culo y exploraba mi vagina con un dedo, lo que de verdad me gustó.
En algún momento me quité el vestido y fuimos los tres al dormitorio, donde Gustavo me hizo sexo oral, separando bien mis piernas y entrando profundamente con su lengua, lo que luego yo correspondí chupando su pene por primera vez: no era un pene grande, más bien era chico, pero la excitación del momento hizo que me gustara…
“Bueno, ya no espero más”, dijo entonces mi marido, me hizo poner en cuatro patas y me penetró, haciéndome soltar un suspiro de placer que pocas veces se me escapa cuando me entra el pene.
Mientras me penetraba, yo miraba a Gustavo, miraba su pene, no podía creer que de verdad estaba haciendo un trío.
“Amor, chúpale la polla mientras te follo”, dijo mi marido y Gustavo se ubicó de manera tal que yo pude besar su pene y metérmelo casi completo en la boca. Fue impresionante para mí, irreal.
Al cabo de unos segundos mi marido eyaculó entre fuertes jadeos y yo caí sobre la cama boca abajo, lo que Gustavo trató de aprovechar para penetrarme él también.
Sentí a su pene entrar en mi vagina llena de semen y aunque no me costaba nada dejarlo que se diera el gusto me negué y retiró su pene, así que se hizo una paja y eyaculó sobre mi culo.
Yo no había llegado al orgasmo, pero no me importó porque toda la situación había sido extraordinaria. Estábamos los tres desnudos y yo les miraba el pene al uno y al otro, ambos satisfechos después de eyacular.
Mi marido le pidió a Gustavo que se vistiera y yo me cubrí con una sábana, con lo que terminó la fiesta grupal. Al rato se fue Gustavo y mi marido y yo hicimos el amor y ahí sí tuve un orgasmo descomunal.
En esos años éramos todavía muy jóvenes y nuestra vida sexual era intensa, pero aun así buscábamos nuevas maneras de gozar y mi marido me propuso que hiciéramos un trio.
Hasta entonces (yo tenía 26 años) yo sólo había conocido a mi primer novio y a mi marido y la idea de ver desnudo a otro hombre me encantó, aunque no era fácil decidir a quién.
Tras un par de meses de este sí y este no, quedamos en proponérselo a nuestro vecino del piso de arriba, Gustavo, un tipo divorciado de 35 años que sin duda estaba enamorado de mí.
Solía venir a casa a comer de vez en cuando y una noche se lo dijimos (ay, qué nervios) y aceptó encantado. Acordamos ir a bailar los tres ese sábado y ver qué pasaba.
Yo estaba tremendamente excitada y muy nerviosa, porque una cosa es hablarlo y otra llevarlo a la práctica. ¿Me atrevería?.
Quedamos con mi marido en que yo bailaría un rato con cada uno y que aprovecharía el contacto con Gustavo para excitarlo sexualmente, lo que yo estaba segura que no me costaría nada, luego veríamos.
El lugar al que fuimos –tomamos un taxi- era muy apropiado por la escasa luz y la buena música; de hecho era el único sitio de música romántica.
Yo me había puesto un vestido amarillo muy suelto y algo escotado, sandalias blancas, lo mejor, de todos modos, es que iba sin ropa interior, detalle que se le ocurrió a mi esposo y que me hizo sentir excitada en todo momento.
Ni hablar de la reacción de Gustavo al darse cuenta de eso: apenas comenzamos a bailar lo noto acariciar mi espalda y más aún cuando sus manos se atrevieron a bajar hasta mi culo.
Sentí una oleada de calor, mezcla de deseo sexual y vergüenza, cuando acarició mis nalgas y empezó a frotar su bulto contra mi vientre: era muy, muy excitante, pero a la vez me aterrorizaba, no sé por qué.
Ambos nos excitamos desde el inicio y la sensación de ansiedad no hizo más que aumentar durante las dos horas que pasamos allí y me dejé acariciar entera por él, que aprovechó la penumbra para meter las manos por debajo de mi vestido y acariciar mi vulva húmeda y caliente, a la vez que yo tomaba coraje y le palpaba el pene erecto a través de la tela de su pantalón.
Él estaba desesperado de ganas y yo no sabía qué hacer y se lo dije a mi marido, que estaba tan caliente como el otro.
“Vamos”, dijo, “Tomemos un taxi y vamos los tres a casa a follar bien”. Eso me impactó.
El viaje en taxi a casa fue una de las situaciones más intensamente sexuales de mi vida, pues mi marido se sacó el pene y quiso que yo me sentara encima para penetrarme, lo que por muy poco no sucedió.
Gustavo también se había sacado el pene y quería que yo se lo acariciara, lo que hice con cierta timidez mientras trataba de contener a mi marido y me espantaba de la cara del taxista, que intentaba ver por el espejo retrovisor.
Llegamos a casa transpirados y ellos tenían el pene tan erecto que les costó guardarlo para bajar del taxi.
Entramos a casa, yo me quité las sandalias y mi marido sirvió whisky para los tres, tras lo cual se desnudó para que yo le chupara el pene, me agaché y le hice una mamada mientras Gustavo me acariciaba el culo y exploraba mi vagina con un dedo, lo que de verdad me gustó.
En algún momento me quité el vestido y fuimos los tres al dormitorio, donde Gustavo me hizo sexo oral, separando bien mis piernas y entrando profundamente con su lengua, lo que luego yo correspondí chupando su pene por primera vez: no era un pene grande, más bien era chico, pero la excitación del momento hizo que me gustara…
“Bueno, ya no espero más”, dijo entonces mi marido, me hizo poner en cuatro patas y me penetró, haciéndome soltar un suspiro de placer que pocas veces se me escapa cuando me entra el pene.
Mientras me penetraba, yo miraba a Gustavo, miraba su pene, no podía creer que de verdad estaba haciendo un trío.
“Amor, chúpale la polla mientras te follo”, dijo mi marido y Gustavo se ubicó de manera tal que yo pude besar su pene y metérmelo casi completo en la boca. Fue impresionante para mí, irreal.
Al cabo de unos segundos mi marido eyaculó entre fuertes jadeos y yo caí sobre la cama boca abajo, lo que Gustavo trató de aprovechar para penetrarme él también.
Sentí a su pene entrar en mi vagina llena de semen y aunque no me costaba nada dejarlo que se diera el gusto me negué y retiró su pene, así que se hizo una paja y eyaculó sobre mi culo.
Yo no había llegado al orgasmo, pero no me importó porque toda la situación había sido extraordinaria. Estábamos los tres desnudos y yo les miraba el pene al uno y al otro, ambos satisfechos después de eyacular.
Mi marido le pidió a Gustavo que se vistiera y yo me cubrí con una sábana, con lo que terminó la fiesta grupal. Al rato se fue Gustavo y mi marido y yo hicimos el amor y ahí sí tuve un orgasmo descomunal.
6 years ago