Presentación de la sometida Chris por Cullotenoir

A cierta hora donde fallece el día, el aire humedece y resuenan en la lejanía siempre los últimos mirlos. Es el umbral donde unos perciben el fin de un tránsito iniciado aunque al mismo tiempo, otros creen percibir el inicio surgido de un fin. Sea como fuera, era ese día, a esa hora del día donde debía presentarme en el Club de Amigos de Cullotenoir como su nueva y última adquisición. La música llegó a tranquilizarme mientras volvía a revisar los preparativos ante la llegada de los invitados. Lucían velas en la habitación oscura, sonaba una sinfonía de Rachmaninoff y el champán estaba puesto en frío, dispuesto a ser descorchado en cualquier momento. Había canapés en la mesa rodeada por los sofás y la estancia estaba limpia, percibiendo una agradable fragancia de canela. En cuanto a mí, lucía según las indicaciones que me transmitió Cullotenoir. Llevaba un vestido negro ajustado y elegante, medias negras sostenidas por un liguero para la ocasión y un calzado elegante de planta baja. Entorno a mi cuello lucía una cinta de terciopelo con diamantes y mi maquillaje consistía en exhibir unos labios carnosos pintados de color Bordeaux, cejas amplias pero bien cuidadas y unos ojos oscurecidos con un aliento verdoso oscuro. Llevaba el perfume que me había regalado tiempo atrás Culottenoir y había llevado el cabello corto y natural como indicado, con un flequillo cayéndome por un lateral.

Un nudo se me hizo en la garganta cuando percibí la llamada de la puerta. Abrí y era una pareja que nada más entrar me saludó cortésmente y se presentaron. Sonriente aunque visiblemente nerviosa les indiqué sus asientos y, tras preguntar si querían tomar algo, les serví un whisky al señor y un vino blanco a la señora. Sonrientes me preguntaron si eran los primeros e indicaban que era de su agrado la estancia. Mientras seguía en pie y les contestaba a sus preguntas, sonó otra vez la puerta. Abrí y dejé que pasara un señor que se presentó y se sentó junto con la pareja y su cerveza. En media hora habían ya aparecido otras siete personas y puntualmente, a las 21.30, entró Cullotenoir.

Al abrirle la puerta me sonrió y posó su mano levemente sobre mi cadera. Entonces tomó asiento y le serví su bebida. Tras dejarles hablar entre ellos unos minutos más y permanecer de pie junto a la puerta, en una habitación solamente alumbrada por las velas, esperé la indicación de Cullotenoir. Fue con su mirada que me indicó el momento oportuno para encender el foco y ubicarme justamente frente a él y a todos sus invitados. Sudando y alumbrada por una ceguera blanca, no veía nada y se hizo silencio.

-Bueno -dije con la voz entrecortada y colocando mis dos manos solapadas a la altura de la entrepierna -mi nombre es Chris, como algunos ya sabrán y estoy aquí para presentarme ante ustedes como la sumisa de Cullotenoir.

Fue entonces cuando noté una voz que salía de la oscuridad.

-Cuéntanos Chris, ¿qué edad tienes?

-36 -respondí

Tras el rumor tibio otra pregunta surgió desde las sombras:

-¿Y qué te gusta?

-Pues...ya ven, me gusta travestirme y ser sumisa, complacer siempre a mi hombre.

Sonrisas. Carcajadas. Susurros.

-Muéstranos, dijo una voz.

Entonces me di la vuelta y levanté el vestido hasta poder contemplarse un plug de joya blanca entre mis nalgas, inclinándome levemente y abriéndome con ayuda de las manos. Volví a tomar la postura inicial tras notar que los presentes estaban convencidos.

-¿Placeres? -dijo otra voz, esta vez femenina.

-Pues me gustan los besos, lamer, chupar el miembro...

-¡Pollas! -gritó y reía a mandíbula batiente la mujer - Te gusta chupar pollas, no seas tan refinada, por dios. Miembro viril dice...

-Pu..p...pues sí, pollas -dije mirando al suelo y la voz hecha añicos - Además, me gusta que me penetren, los juguetes y complacer, siempre complacer a mi hombre.

-¿Cómo lo complaces?

-Obedenciendo.

Es entonces cuando me percaté que esa voz era de Cullotenoir y fue entonces cuando noté cómo caía algo frente a mí. Sí, era un dildo negro de 18 centímetros.

-Pues enciende la música y comienza a complacer a los invitados mientras charlamos.

Entonces el foco se apagó y la luz de la habitación cobró fuerza. Efectivamente, seguían charlando como si nada hubiera ocurrido y noté la música de piano de Chopin como atrezzo. Uno de los señores, Paco, un hombre ya de cierta edad, me llamó y fui hacia él.

-Oye, Chris, ¿tienes otra de esta? -me preguntó indicando la botella de cerveza vacía. Asentí disciplinadamente y fui a por otra. Al volver se la entregué y me cogió de la muñeca con una sutil sonrisa y ebrios ojos.

-Arrodíllate, anda. -me dijo.

Aturdida, dubitativa, asustada, titubeé pero al final me arrodillé frente a él. Noté su mano acariciándome el rostro y se acercó a mi oído. Susurrando me dijo: Anda, enséñame cómo complaces a un hombre.

Fue entonces cuando más nerviosa aún comencé a palpar su entrepierna y noté su miembro enaltecido, impaciente por salir del pantalón chino color beige. Desabroché con dificultad mientras miraba por doquier a el resto de invitados pero seguían hablando. La pareja del fondo me señaló y susurraban, casi descojonándose al verme lamiendo y chupando el miembro de Paco que, ignorándome, hablaba con otro hombre a su costado y que a veces me miraba de reojo.


-Porque vamos a ver, Hugo. Si el PP no cede ante la presión... -charlaba Paco con el otro hombre. mientras miraba asustada de reojo a las reacciones de los invitados y, sobre todo, de Cullotenoir que cogía un canapé y se descojonaba de un chiste de una invitada.

Al final noté cómo algo fluye dentro de mi boca y veo que se gira Paco.

-Ui, perdona. No te avisé. ¿Me lo limpias? Gracias. Pues como te iba diciendo, si en este país queremos un gobierno...

Cogí entonces unas toallas y le limpié todo y le subí el pantalón. Al querer levantarme para tirar las toallitas, el hombre que hablaba con Paco me hace una indicación:

-Oye, espera un momento Paco. Sí, Chris, a mí también, ¿vale? Y se desabrocha el pantalón sin contemplarme.

Sí, la noche iba y fue larga. Muy larga. Pero fue el inicio sin fin, hasta que por la mañana percibía otra vez el canto tibio de los mirlos...