Noches de otoño.
Pensaba en que nunca iba a probar tus labios mientras me quedaba sorda mirando tus ojos verdes, un calor me recorría el cuello mientras tu voz serena me hablaba de tus días de en el campo y la relación afectuosa con tu madre.
Te bese, no pude evitarlo, así como tú no podías dejar de evadir mis ojos yo no podía evadir mis ganas de probarte, nos sorprendimos de nuestra sincronía, como si ya conociéramos nuestros labios de otras vidas pasadas, nos besamos mucho así los minutos se pausaron para que no dudáramos ni un segundo en comenzar a sentimos.
Recuerdo hacía frío y yo solo llevaba un vestido corto de lana, a tus manos se les hizo corto el camino para entender lo que pasaba cuando con tus dedos podías palpar lo que tus besos me producían, enloqueciste y me deje arrastrar por tu locura, apenas puede abrir la puerta me tiraste contra el sofá y arrancaste mis tangas sin pedir permiso, me arrastraste sobre mi espalda hasta el borde dónde pudiste abrir mis piernas de par en par y entrar en cuerpo y alma dispuesto a matarme de placer, pude sentir como tu cara se mojaba de todos mis fluidos, podía sentir esa misma suavidad del primer beso en cada probada tierna en mi clítoris, tu lengua se abría paso entre mis labios hinchados, mientras miles de pinchazos recorrían la piel de mis muslos y mi espalda haciéndome gemir intensamente hasta que mis dedos se incrustaban sobre si mismos.
Pude por un momento recobrar la cordura en medio de lo que parecía una pelea en la lluvia, me di cuenta que el chico paciente que evadía mis miradas ahora me hacía suya aún sin conocerme, sus manos duras se arrastraban por mi piel y mi boca se llenaba de saliva pensando en el sabor de sus dedos llenos de mi, ahí estabas en una danza estrepitosa haciendo aplaudir nuestros sexos con firmeza, mis tetas iban y venían en un frenético ritmo hasta que tus manos las acogieron llevándolas una a una a tu boca, tan suave, tan dulce y tan experta, que inevitablemente termine descargandome una vez más en una de tus manos mientras tus dientes afincaban sin pena sobre mis tiernos pezones.
Para este punto mis piernas eran un par de hojas de papel que no dejaban de temblar incluso cuando estaban apoyadas, me subí en ti en medio del duelo, estaba desesperada necesitaba sentirte en lo más profundo de mi ser, necesitaba que sintieras que tenías sobre ti a alguien que se entregaba por completo, quería hacerme una contigo esa noche con el reflejo apenas visible de tu pecho y tu barba, con tu olor, con tu saliva quería ser para ti como nunca lo fui para más nadie, y sin mucho lenguaje la calidez de mi vulva te relato mejor mis necesidades, me tomaste por el cuello y me arrastrarte hacia tu cara, sentía como tu cuerpo duro dentro del mío golpeaba todo a su paso, destrozaste todo y mis chillidos solo provocaron más tu furia que me abría una y otra vez sin intenciones de acabar nunca mientas mis gotitas se amontonaban para mojar toda tu panza haciendo ruiditos del salpicón de mis charcos.
Un golpe seco se estampó en tu pecho y con el una bocanada de aliento convertida en río se desprendió de mi nuevamente, tu reacción no fue otra sacarme de encima querías hacerme tuya de la forma más animal que conocías, me volteaste y apretaste todo mi cuerpo contra la cama, con una de tus manos tomaste las mía sobre la espalda y con la otra hundías mi cabeza sobre la almohada con la misma intensidad que me penetrabas hasta que el calor de mi vagina y el movimiento ligero de mis caderas terminaron por agotar tus fuerzas y terminaste explotando con toda tu leche sobre mi espalda.
En minutos volviste a ser ese hombre pacífico que me esquivaba la mirada y me hablaba en forma dulce, me pediste que te acompañará hasta la puerta, te confesé que estaba adolorida pero supiste adivinar por mi expresión que estaba satisfecha de que así fuera, sonreíste dulcemente y con una mano acariciaste suavemente mi vulva aún desnuda y tibia de ti y te despediste con un beso mientras prometías quedarte a para la próxima.