Despertares
Quizás la relación más estable que tuve, ha sido mi relación con mi cuerpo.
De pequeña supe que era distinta. Ser descendiente de rusos en un país de criollos es como llevar un reflector incorporado. La "rubiedad" está sobrevaluada en mi país, ´pero ese es otro tema.
La cuestión es que me acostumbré de pequeña a ser halagada y observada. Quizás por eso, cuando a los 9 años comencé a desarrollarme, no noté demasiado el cambio. Seguía siendo observada y halagada. Incluso por mis compañeras que aún no habían comenzado su desarrollo. Fui la primera del curso en usar corpiño. Toda una revolución.
Mis pechos comenzaron a desarrollarse de manera un tanto dolorosa. Pero luego, ese dolor desapareció y se convirtió en una especie de comezón. Por supuesto que no eran los pechos que tengo hoy en día (esos llegaron a los 12). Eran dos bultitos m*****os en un principio, que luego fueron tomando forma de senos.
Mi madre me compró mi primer corpiño ni bien me empezaron a doler. Amaba ese corpiño. Quería usarlo siempre. Pero cuando el dolor se transformó en comezón, a veces disfrutaba de no usarlo.
Mis pezones rozaban mi remera libremente, y esa comezón se transformaba en una sensación extraña, pero placentera.
En el colegio, en las horas de educación física, jugábamos handball. Esa tarde había decidido no usar corpiño por cuestiones de comodidad. Era un partido importante, ya que sumaba puntos para el intercolegial y jugábamos contra un rival directo. Habían muchos nervios, mucha ansiedad.
El partido era más duro de lo que pensábamos. Muy parejo. A medida que pasaba el tiempo, la presión y la ansiedad crecían. El calor y el ritmo eran intensos. El sudor era muy abundante. El sudor... cada gota que se deslizaba por mis pezones me estremecía. La camiseta rozándome en cada carrera... La número 3 del equipo rival que en cada ataque de ellos se me pegaba al lado y me tocaba la cintura... Mi corazón corriendo, mi respiración...
Tengo la pelota.
Doy tres pasos largos y rápidos en diagonal hacia la derecha. Pico la pelota. Doy dos pasos, salto, tiro... Gol.
Y en ese momento dejé de sentir las piernas. Lo único que sentía era mi sexo esplotando.
Todas mis compañeras festejaban. Ellas gritaron muy fuerte por el triunfo que estábamos a punto de obtener. Mi grito fue distinto. Me sonrojé. Volví trotando dificultosamente hasta mi área. Mi vagina seguía latiendo. Esperaba no tener que volver a atacar. Pero si, alguna vez, volver a gritar un gol como esa tarde.
De pequeña supe que era distinta. Ser descendiente de rusos en un país de criollos es como llevar un reflector incorporado. La "rubiedad" está sobrevaluada en mi país, ´pero ese es otro tema.
La cuestión es que me acostumbré de pequeña a ser halagada y observada. Quizás por eso, cuando a los 9 años comencé a desarrollarme, no noté demasiado el cambio. Seguía siendo observada y halagada. Incluso por mis compañeras que aún no habían comenzado su desarrollo. Fui la primera del curso en usar corpiño. Toda una revolución.
Mis pechos comenzaron a desarrollarse de manera un tanto dolorosa. Pero luego, ese dolor desapareció y se convirtió en una especie de comezón. Por supuesto que no eran los pechos que tengo hoy en día (esos llegaron a los 12). Eran dos bultitos m*****os en un principio, que luego fueron tomando forma de senos.
Mi madre me compró mi primer corpiño ni bien me empezaron a doler. Amaba ese corpiño. Quería usarlo siempre. Pero cuando el dolor se transformó en comezón, a veces disfrutaba de no usarlo.
Mis pezones rozaban mi remera libremente, y esa comezón se transformaba en una sensación extraña, pero placentera.
En el colegio, en las horas de educación física, jugábamos handball. Esa tarde había decidido no usar corpiño por cuestiones de comodidad. Era un partido importante, ya que sumaba puntos para el intercolegial y jugábamos contra un rival directo. Habían muchos nervios, mucha ansiedad.
El partido era más duro de lo que pensábamos. Muy parejo. A medida que pasaba el tiempo, la presión y la ansiedad crecían. El calor y el ritmo eran intensos. El sudor era muy abundante. El sudor... cada gota que se deslizaba por mis pezones me estremecía. La camiseta rozándome en cada carrera... La número 3 del equipo rival que en cada ataque de ellos se me pegaba al lado y me tocaba la cintura... Mi corazón corriendo, mi respiración...
Tengo la pelota.
Doy tres pasos largos y rápidos en diagonal hacia la derecha. Pico la pelota. Doy dos pasos, salto, tiro... Gol.
Y en ese momento dejé de sentir las piernas. Lo único que sentía era mi sexo esplotando.
Todas mis compañeras festejaban. Ellas gritaron muy fuerte por el triunfo que estábamos a punto de obtener. Mi grito fue distinto. Me sonrojé. Volví trotando dificultosamente hasta mi área. Mi vagina seguía latiendo. Esperaba no tener que volver a atacar. Pero si, alguna vez, volver a gritar un gol como esa tarde.
6 years ago