Muñequita sin complejos (I)
La veía todos los días la veo en el gimnasio, a eso de las diez de la noche. Me intrigaba, por su sonrisa, por una extraña belleza: la perfección de sus rasgos y un cierto toque ingenio. No creo que lleguase a los veintinco años años. Era muy guapa: una cara afilada, una nariz perfecta, pomulos sobresalientes y una boca amplia y con los dientes iguales. Un cuerpo con unas precisas curvas, el pelo negro, esbelta, muy esbelta. Sus pechos como limones, generosos sin llegar a ser grandes. Muy sexy en sus mallas ajustadas, embutida en su camiseta de asas, la ropita mojada por el sudor, esos surcos y su cara extenuada por el esfuezo: ¿a qué me recordaba?. Cuando estaba sobre la bicicleta estática se movía con una increible energia y no sin elegancia: como se eleva, como flotan sus perfectos pechos, el dibujo de sus generosos muslos. Hacía mucho deporte. Su espalda era muy hermosa. Cómo se marcaba su coñito en las mallas: imposible no mirar, pero no debía, fijarse tanto es inoportuno, lo sé.
Unos pies muy hermosos: los vi de cerca en la sauna del gimnasio. Casi me muero: su cuerpo sudadito, el dibujo de los pezones bajo el bañador, erectos y firmes, la intución de las aerolas. Me sonrió tímida y se marchó, se sintió observada: yo no lo podía evitar. Su culo redondo y su cintura estrecha se alejaron. Me erotiza esa ingenua timidez.
Así pasaban los días, y los meses. Un día me saludó, en la calle. Casi no la reconocía. Fue un hasta luego fugaz y repentino. Vi como se alejaba: el dibujo de sus piernas realzado por los tacones, las medias, la falda de tubo que hacía que su culito se mostrase mucho más voluptuoso. La desee sin remedio.
Hoy habló conmigo. Se reía y yo estaba serio, me impresiona su rostro. Al final, después de hablar un poco, le dije si quería tomar algo. Salimos del gym y caminamos hacia una cafetería. No sé cómo comenzó todo. Ella me dijo que me observaba desde hace tiempo:
- Te fijas mucho en mí. Pero te da vergüenza.
- No. Pero me parece descarado, no lo he podido evitar. Lo siento.
- No lo sientas, es un halago
Se iluminaron sus ojos.
No dije nada y ella se rió. Sus pechos se agitaban bajo la camiseta. Le dije que no sabía qué decir.
Sonrió y agarró mi mano con fuerza. La sentí como un latigazo, que recorrió mi espalda. Tuve una erección. Ella me miró y sacó su lengua, repasó sus labios, rojos, humedos, carnosos:
- Vamos a mí casa.
- ¿...?
- Sí.
- Eres una muñequita
- Lo sé.
La seguí. En el ascensor se acercó a mí y se abrazó. Sentí todo su cuerpo contra el mío. Acaricié su espalda y bajé mi mano has su culito. No llevaba bragas. Se lo dije al oído: no llevas bragas.
- No
Entramos en la casa. Había poca luz. Me condujo al dormitorio. Se quitó las mallas, se puso unas medias que no le llegaban más allá de las rodillas y, finalmente, unos zapatos de tacón. Se deshizo de la camiseta y se puso un sujetador negro. Así estaba ella. COmenzó a tocarse el coño lentamente, con los ojos semicerrados: suspiraba con intensidad. Su respiración incidía en mi polla: lo sabía.
- Tendrá que esperar para tocarme. NO te quietes tú la ropa.
Comenzó a trabajarse el coño con más fueraza. Yo la miraba y sufría. Me apretaba el pantalón. Mi verga palpitaba sin descanso. Ella gemía. Se tiró en la cama y alzó sus piernas: a mi vista ofreció la visión de su coñito y del apretado agujerito de su ano
- ¿Puedo?, dije
- Sólo con la lengua y los labios.
Rió. Comencé a comerle aquella deliciosa almeja. Hervía de placer, ella gemía sin descanso. Con el dedo índice acaricié su ano, comencé a meterlo poco a poco. A ella le gusta.
- Soy una muñequita, ¿eh?
- Sí.
- QUiero que me la metas por el culito.
- Sí, muñequita.
- Ay, pero poco a poco. No quiero que me hagas daño, que no me hagas mucho daño. ¿Te quitas la ropa?
Acaricié sus pecho, pero ella no me dejó quitarle el sujetador. Tan morena, con el coño depilado pero con una hermosa mata de pelo sobre él. Nos besamos y yo hundía mis dedos en su coñito. Suspiró
- Quiero que me penetres, pero despacio, quiero que te corras dentro de mi culo
La preparé y poco a poco fui introduciendo mi verga en su ano. Tan caliente. Tan estrecho. Ella gimió entre el placer y el dolor.
- Cómo deseaba esto- le dije
COmenzó a agitarse y me corrí. De su agujerito salía el semen. Qué hermosa.
- Otro día quiero hacerlo contigo y con un amigo. ¿Te animas? Sé que te va a gustar.
CONTINUaRÁ
Unos pies muy hermosos: los vi de cerca en la sauna del gimnasio. Casi me muero: su cuerpo sudadito, el dibujo de los pezones bajo el bañador, erectos y firmes, la intución de las aerolas. Me sonrió tímida y se marchó, se sintió observada: yo no lo podía evitar. Su culo redondo y su cintura estrecha se alejaron. Me erotiza esa ingenua timidez.
Así pasaban los días, y los meses. Un día me saludó, en la calle. Casi no la reconocía. Fue un hasta luego fugaz y repentino. Vi como se alejaba: el dibujo de sus piernas realzado por los tacones, las medias, la falda de tubo que hacía que su culito se mostrase mucho más voluptuoso. La desee sin remedio.
Hoy habló conmigo. Se reía y yo estaba serio, me impresiona su rostro. Al final, después de hablar un poco, le dije si quería tomar algo. Salimos del gym y caminamos hacia una cafetería. No sé cómo comenzó todo. Ella me dijo que me observaba desde hace tiempo:
- Te fijas mucho en mí. Pero te da vergüenza.
- No. Pero me parece descarado, no lo he podido evitar. Lo siento.
- No lo sientas, es un halago
Se iluminaron sus ojos.
No dije nada y ella se rió. Sus pechos se agitaban bajo la camiseta. Le dije que no sabía qué decir.
Sonrió y agarró mi mano con fuerza. La sentí como un latigazo, que recorrió mi espalda. Tuve una erección. Ella me miró y sacó su lengua, repasó sus labios, rojos, humedos, carnosos:
- Vamos a mí casa.
- ¿...?
- Sí.
- Eres una muñequita
- Lo sé.
La seguí. En el ascensor se acercó a mí y se abrazó. Sentí todo su cuerpo contra el mío. Acaricié su espalda y bajé mi mano has su culito. No llevaba bragas. Se lo dije al oído: no llevas bragas.
- No
Entramos en la casa. Había poca luz. Me condujo al dormitorio. Se quitó las mallas, se puso unas medias que no le llegaban más allá de las rodillas y, finalmente, unos zapatos de tacón. Se deshizo de la camiseta y se puso un sujetador negro. Así estaba ella. COmenzó a tocarse el coño lentamente, con los ojos semicerrados: suspiraba con intensidad. Su respiración incidía en mi polla: lo sabía.
- Tendrá que esperar para tocarme. NO te quietes tú la ropa.
Comenzó a trabajarse el coño con más fueraza. Yo la miraba y sufría. Me apretaba el pantalón. Mi verga palpitaba sin descanso. Ella gemía. Se tiró en la cama y alzó sus piernas: a mi vista ofreció la visión de su coñito y del apretado agujerito de su ano
- ¿Puedo?, dije
- Sólo con la lengua y los labios.
Rió. Comencé a comerle aquella deliciosa almeja. Hervía de placer, ella gemía sin descanso. Con el dedo índice acaricié su ano, comencé a meterlo poco a poco. A ella le gusta.
- Soy una muñequita, ¿eh?
- Sí.
- QUiero que me la metas por el culito.
- Sí, muñequita.
- Ay, pero poco a poco. No quiero que me hagas daño, que no me hagas mucho daño. ¿Te quitas la ropa?
Acaricié sus pecho, pero ella no me dejó quitarle el sujetador. Tan morena, con el coño depilado pero con una hermosa mata de pelo sobre él. Nos besamos y yo hundía mis dedos en su coñito. Suspiró
- Quiero que me penetres, pero despacio, quiero que te corras dentro de mi culo
La preparé y poco a poco fui introduciendo mi verga en su ano. Tan caliente. Tan estrecho. Ella gimió entre el placer y el dolor.
- Cómo deseaba esto- le dije
COmenzó a agitarse y me corrí. De su agujerito salía el semen. Qué hermosa.
- Otro día quiero hacerlo contigo y con un amigo. ¿Te animas? Sé que te va a gustar.
CONTINUaRÁ
9 years ago