Ritual masturbatorio de un hombre religioso.
Sus tardes bucólicas eran rellenadas con porno y música clásica.
Miraba a su broadcaster favorita sin oírla, ponía sus audífonos, y daba el volumen.
Mientras la contempla se excita. Se acaricia por encima del pantalón.
Tener un orgasmo con tanta excitación y relajo lo haría caer en el vicio.
Cada tarde se repetía el mismo ritual.
Su soledad, su notebook, porno y música clásica.
Pensaba en torno a la belleza. Pensaba en el amor que sentía por poseer la belleza. Sabía que no la tendría nunca.
Miraba a esa mujeres de diferentes cuerpos y las admiraba a todas, a veces no tenía claridad sobre si deseaba ser como ellas o solo deseaba follarlas.
Da lo mismo, solía concluir, y la respuesta se diluía en el hedonismo de sentir un orgasmo a veces rápido, otras no tanto.
Pero ese orgasmo no acontecía hasta la noche. Se iba a la cama, daba gracias a dios por su último día de vida y comenzaba a pajearse recordando con viva fuerza las imágenes de las mujeres vistas durante el día. Nunca ponía música, de lo contrario corría riesgo de caer en el vicio.
Y lo importante es mantenerse siempre dentro de los margenes del placer y la diversión. Y porque no decirlo, del autoconocimiento.
Todas las noches se pajeaba luego de agradecer a dios.
Una noche luego de los consabidos agradecimientos, cumplió con el ritual masturbatorio y sintió un gran alivio. Una fuerza, como de otro mundo, inundó sus pulmones, sintió que le brotaban alas de la espalda. Comenzó a elevarse.
Voló sobre las principales urbes del mundo regando de semen los campos y las principales entrepiernas del mundo. Se sintió un semi-dios. Quiso volar más bajo para ver con mayor nitidez las tetas de las mujeres que se bañaban con su esperma, aleteó con dificultad, cortó la cara de una bella doncella africana, mutiló las tetas a una cortesana europea que lloraba al ver la luz que se descomponía al cruzarse su camino con una de las gotas de semen del ángel celestial.
Su calentura dio muerte o deformidad a todas las mujeres que abrían sus piernas al fluido angelical. Aterrizó con la misma torpeza de un albatros. Sus alas le cortaron los pies y cayó al suelo, su maxilar se estrelló contra el pubis de una de las doncellas que su afán lujurioso había decapitado.
Despertó sudando. Creyó haber dado un grito.
Miró a su alrededor, el sagrado corazón lo miraba sonriendo de una manera que le pareció irónica.
Se secó el sudor de la cara y miró de nuevo hacia la ubicación de la imagen religiosa, se persignó como no lo hacía desde décadas, y comenzó a masturbarse con estoicismo. Eyaculó cerca de un litro y se sintió a salvo, seguía disfrutando del placer sin caer en los excesos de los cuales su madre siempre le aconsejaba mantenerse alejado.
Miraba a su broadcaster favorita sin oírla, ponía sus audífonos, y daba el volumen.
Mientras la contempla se excita. Se acaricia por encima del pantalón.
Tener un orgasmo con tanta excitación y relajo lo haría caer en el vicio.
Cada tarde se repetía el mismo ritual.
Su soledad, su notebook, porno y música clásica.
Pensaba en torno a la belleza. Pensaba en el amor que sentía por poseer la belleza. Sabía que no la tendría nunca.
Miraba a esa mujeres de diferentes cuerpos y las admiraba a todas, a veces no tenía claridad sobre si deseaba ser como ellas o solo deseaba follarlas.
Da lo mismo, solía concluir, y la respuesta se diluía en el hedonismo de sentir un orgasmo a veces rápido, otras no tanto.
Pero ese orgasmo no acontecía hasta la noche. Se iba a la cama, daba gracias a dios por su último día de vida y comenzaba a pajearse recordando con viva fuerza las imágenes de las mujeres vistas durante el día. Nunca ponía música, de lo contrario corría riesgo de caer en el vicio.
Y lo importante es mantenerse siempre dentro de los margenes del placer y la diversión. Y porque no decirlo, del autoconocimiento.
Todas las noches se pajeaba luego de agradecer a dios.
Una noche luego de los consabidos agradecimientos, cumplió con el ritual masturbatorio y sintió un gran alivio. Una fuerza, como de otro mundo, inundó sus pulmones, sintió que le brotaban alas de la espalda. Comenzó a elevarse.
Voló sobre las principales urbes del mundo regando de semen los campos y las principales entrepiernas del mundo. Se sintió un semi-dios. Quiso volar más bajo para ver con mayor nitidez las tetas de las mujeres que se bañaban con su esperma, aleteó con dificultad, cortó la cara de una bella doncella africana, mutiló las tetas a una cortesana europea que lloraba al ver la luz que se descomponía al cruzarse su camino con una de las gotas de semen del ángel celestial.
Su calentura dio muerte o deformidad a todas las mujeres que abrían sus piernas al fluido angelical. Aterrizó con la misma torpeza de un albatros. Sus alas le cortaron los pies y cayó al suelo, su maxilar se estrelló contra el pubis de una de las doncellas que su afán lujurioso había decapitado.
Despertó sudando. Creyó haber dado un grito.
Miró a su alrededor, el sagrado corazón lo miraba sonriendo de una manera que le pareció irónica.
Se secó el sudor de la cara y miró de nuevo hacia la ubicación de la imagen religiosa, se persignó como no lo hacía desde décadas, y comenzó a masturbarse con estoicismo. Eyaculó cerca de un litro y se sintió a salvo, seguía disfrutando del placer sin caer en los excesos de los cuales su madre siempre le aconsejaba mantenerse alejado.
9 years ago