Cuqui rasurada.

Hacía tiempo que no la veía. La recordaba muy bien, cómo era cuando estaba en el instituto y la veía pasar: una adolescente; pero de eso hacía ya casi veinte años. Parece mentira. Ella volvía de clase y yo del trabajo, siempre me sonreía y yo hacía lo mismo. Se queda antes. Alguna vez hablé con ella y era simpática, muy alta y un poquito delgada. Era una buena chica que me pedía cigarrillos. Se los daba y no le daba consejos, no tenía nada que decirle. Me gustaba hablar con ella.

Un día dejé de verla. Y pasado el tiempo, veinte años (!!!), la encontré de repente tras la barra de un bar, en Vigo. No la reconconocía, pero ella a mí sí. Me llamó por mi nombre.
- Soy yo, soy Cuqui
Sonreía abiertamente y yo no sabía qué decir. Estaba turbado.
- Qué pena ya no te acuerdas de mí, cuando me dabas cigarrillos y no me decías que no fumase, creo que me considerabas, que me respetabas y eso me gustaba mucho, me hacía sentirme bien el encontrarme contigo. Pero me has olvidado.
- Cómo te habría de olvidar. Pero estás muy cambiada.
- Machadada.
- Muy guapa, muy mujer
- Sí, como tú, tú si que estás igual.
- Casi tengo cincuenta años
- Nadie lo diría
Rió como se reía y la reconocí un poco más.
Había engordado y podía adivinar unos senos generosos tras la blusa blanca. Ella se dio cuenta, era imposible no darse cuenta de que miraba con deseo sus pechos, aunque disimulase.
Se puso seria, pero había una punta de malicia en sus ojos. Sonrió al instante
- ¿Sabes? Me casé y me divorcié, tuve una niña y varios novios, y ahora estoy sola. ¿Tienes un cigarrillo?
- Sí, claro, pero aquí no se puede fumar. Qué resumen de tu vida
- Ay, ya ves. Soy una mujer, hecha y derecha. Ayer una chiquilla y hoy una mujer.
- Te veo guapa y segura
- No soy infeliz, de verdad, hago lo que quiero y mi hija es un encanto. Ahora está con su padre, quince días.
Salgamos a fuera.

- Ya no soy una niña, pronto cumpliré 39 años.
- Y yo ciencuenta, ya te dije.
Nos apoyamos en una pared y comenzamos a fumar con delectación. Tenía los labios pintados de un rojo intenso, que manchaba la boquilla del cigarrillo. Su pelo rizo le daba un toque exótico y sus manos se movían con agilidad. La miraba y me erotizaban sus manos, las uñas rojas, los dedos afilados, la curvatura del pulgar, cuando se cerraba.
- Cuqui, ¿cuánto mides?
- 1,78
Se rió.
- Qué tonto. Por qué me lo preguntas, ¿no te gustan las chicas grandes?
Ronzó mi mano con su mano. Sentía cerca el aroma de un sudor limpio y una colonia suave. Era como un prado al atardecer, como el humo que asciende en invierno de los campos. Había algo primitivo en su mirada y una juventud palpitante que resistía a marcharse. Pensé en su vello público, no lo pude evitar.
- Simplmente me gusta tu pelo y que tengas esta altura. Está muy guapa, no te miento. Qué descubrimiento.
Se rio con ganas.
- Siempre me has gustado.
- Eras una niña.
- Ya tenía 18 años cuando me acompañabas.
- Yo pensabe que menos.
- SI hubieras sabido que tenía 18....
- No, soy tímido. No hubiera podido. Ahora la diferencia de edad parece menor.
No pasaba nadie. Acarició mi entrepiernta y no notó la erección. Se pasó la lengua por los labios y expulsó el humo.
- Me gustas así.
- ¿Con estos kilitos de más?
- Te hace muy sexy
- Mmm. Tengo que dejarte, pero salgo a las once y media, cuando se cierra. ¿Tienes algo que hacer? ¿Quieres tomar una copa y hablar?
- Sí.
- ¿Me recoges?
- Lo haré

Vagué por las calles sumido en un extraño nerviosismo. Notaba como toda mi sangre parecía concentrarse en mi pene. Como un embolo, como una bomba, como la presión del vapor. Pensaba en el dibujo del sujetador tras la blusa blanca, las tiras, en su pelo y el recogido, las manos, las uñas rojas, esa lengua afilada y larga que descubrí en un golpe de vista. Pensé en sus pies en aquellos feos zapatos de trabajo, en las medias que comprimían sus tobillos, en el pantalón negro de camarera que marcaba sus muslos, su culo, donde se dibujaba la goma de las bragas. Cómo fumaba, como me miraba. Había intentado besarla, pero ella, con una sonrisa, me dijo que no, que no fuese impaciente; roce su mano y ella agarró la mía. No podía desprenderme del olor de su cuerpo, retumbaba en mi cabeza con una estrépito. La calle me resultaba indiferente hasta que pasé por una tienda de lencería. ¿Por qué lo hice? Entré y compré unos panties de red. La dependienta me miró con una mezcla de sopresa y asco, le dije que lo envoviese en papel de regalo. Lo hizo de mala gana. No me dio las gracias, no se despidió: tendría poco más de veinte años. Soy un viejo verde o un pervertido, quizá haya pensado que son para usar yo y masturbarme. Ay, cómo odio los juicios morales.
Entré en un bar cualquiera y pedí un Oporto. El vino me hizo recorrer con la imaginación el cuerpo de Cuqui, la imaginé con las medias que había comprado y guardaba en el bolsillo interior de la gabardina. El deseo, principalmente, es imaginación. Allí estaba ella, sus curvas, la contundencia de sus senos, el semihundido sexo. ¿Rasurado o sin rasurar? Comencé a fantsear con las dos posibilidades, ... o tres: 'bikini line', tal vez. Era casi dolorosa la erección que iba y venía, como la de un adolescente. Qué bueno hacer deporte, así tengo este buen riego sangüineo. MMM.

Dieron las once y media y me encaminé hacia el bar. No llegué hasta allí porque ella venía a mi encuentro. Qué diferencia. Se había cambiado y ahora era una discreta, pero con un acento voluptuoso que superaba cualquier posibilidad de erotismo barato. La falda, las medias, su jersey ancho que dejaba un hombro desnudo, el anorack en el brazo, los zapatos de medio tacón, el dibujo de sus senos. La deseba con intensidad.
Se acerco y besé su mejilla, me condujo a un callejó y nos besamos. Qué lengua tan delciosa, qué tacto en la cintura, su cuerpo era ese sudor limpio y ese perfume discreto que sólo se percibe en las distancias cortas.
Aparté el jersey y comencé a acariciar sus pechos bajo el sujetador. Ella suspiraba y gemía.
- Mmm, dejemos algo para luego. Poco a poco. Quiero estar hasta tarde, quiero follar toda la noche, sentirte dentro y fuera, pero despacio, muy despacio y ahora veo que nos apresuramos. Quiero cenar, y tomar algo y una copa, pero no emborracharnos.
Asentí.
- Tú mandas, soy tu esclavo.
- Gracias, esclavo mío.
Sus redondos ojos eran divinos, su sonrisa, sus dientes.
- ¿Qué ordenas?
- Que te dejes invitar a una cenita sencilla y a un vino especial. Nada más, son mis deseos humildes para mi humilde sirviente.
- ¿Solamente?
- ¿Puedo decirte una cosa que me pone mucho y hace mucho que no?
- Soy todo oídos.
- Me gusta que me arreglen el jardín
- ¿?
- El vello púbico, mi hermoso chichi.
- Oh.
Se rio y fuimos hacia unos bares en las proximidades del puerto. No me dejó pagar y mientras jugaba a erotizarme, a retardar el placer. Me daba instrucciones de cómo debía operar a la hora de rasurarle su pelo más especial. Primero cortar con tijeras, luego usar una crema de afeitar que ella guardaba para una ocasión especial, luego iniciar el perfilado. No dejar más que una línea de unos tres centímetros. Yo asentía y me preguntaba si los que estaban allí podrían llegar a sospechar de lo que hablabamos.
- Qué repéntino ha sido esto, Cuqui.
- He pensado tanto te en ti, me dio un vuelco el corazó cuando te vi y pensé que no podía dejar que pasase la oportunidad. Estoy sola estos días, al fin y al cabo. Eres un regalito.
- Y tú para mí.
- Ay, gracias.
Entreabrió las piernas, con disimulo y las volvió a cerrarlas, como si eso fuese un símbolo.
- Tengo un regalo para ti.
- ¿Un regalo?
Le ofrecí el paquetito con las pantys de red.
- Me gusta mucho, pero no los pondré hasta que tú hayas hecho tu trabajo.

En el ascensor comencé a acariciar sus nalgas, con delicadeza. ella se desabrochó la blusa. Nos besamos una vez más, su lengua era una ola de calor y suavidad, se sumergía en boca como un pez, rojo, eterno. Acaricié sus pechos y los noté duros, muy duros, como no había soñado. Grandes y firmes, sus pezones erectos.
- Estoy deseosa, pero antes, antes tienes que hacer el trabajito.
Encontré su coño. El pelo suave que pronto comenzaría a cortar
Entramos en su casa y me llevó hasta el baño. Se desnudó, pero dejó el sujetador. La besé y ella me dio las tijeras. Comencé a separar el pelo y a cortar, recogí los restos y ella se metió en la bañera. Enjaboné su coño y comencé a usar, con muchísimo cuidado, la cuchilla. Poco a poco aparecía aquellos hermosos labios. Limpié los restos de jabón con agua. Ella me dio un bote de crema hidratante.

No podía dejar de mirarla. Me desnudé y vi que mi erección era poderosa. Ella cerró los ojos y entrabrió la boca. Besé su coño y aspiré.
- Quiero que me pongas los pantys. Ahora.
Obedecí.
Estaba muy hermosa. Sentí una mezcla de ternura y potente deseo sexual, muy internamente, en el estómago. Algo que funcionaba independiente de mi cabeza, de mi razón.
- Vamos.
Fuimos a su dormitorio. Estaba a media luz. COmenzamos a besarnos. Le quité el sujetador y aparecieron sus tetas grandes y firmes. Adoraba su sobrepeso, pero no la consideraba gorda, así se lo dije al oído y ella rió.
- No puedes saber cuánta ilusión me hace follar contigo, cuántas veces lo deseé al volver del instituto. Pero ahora es mejor, mucho mejor
Rompió las medias y me ofreció el coño. Comencé a pasar mi lengua por la cara interna de sus muslos para dentrarme en sus labios, sin tener prisa, demorando el encuentro con el erecto clítoris. Sus jugos humedecían mi rostro, su sabor entre ácido y húmedo me excitaba más, mucho más, si cabe.
Tembló y gimió con intentensidad.
Sin dejar de besar su coño, ella se giró y me trabajaba el pene con la boca, con la mano, sin prisa, con ritmo. Nos acoplamos los dos al mismo ritmo y era muy placentero.
Había una niebla.
- Eres divina, Cuqui.
- Ahora quiero que me penetres.
Me puse encima de ella. Cuqui levanto las piernas y me ofreció su coño. Entré poco a poco. Gritó y yo suspiré y cerré los ojos.
- Quiero algo más, está mi otro agujero que quiero que lo llenes.
Así fue. Durante media hora jugué con su ano, primero un dedo, luego dos, luego tres. Ella se estremecía, otra vez.
- No sabes cuánto me gusta.
- Tengo ganas de correrme.
- Dentro, en mi culo.
Así, clavé mi verga en su ano. Cuqui gritó entre el placer y el dolor, sin poder distinguir una cosa de la otra. Me corrí.

Nos abrazamos y dormimos tranquilamente. A la mañana, cuando la luz entró por las rendijas de la persiana, la pude ver, en su longitud. La besé y ella se removió. Juegué con su coño y la penetré entre sueños. Ella sonreía y me corrí, todo olía a nuestros fluidos y eso estaba bien.

Hoy llamaré a Cuqui otra vez. Hemos quedado en la Plaza de la Constitución e iremos a follar a la casa de una amiga de ella. En eso quedamos.
No puedo parar, ella no puede parar.

Ким опубліковано: kew-up
8 роки(-ів) тому
Коментарі
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kew-up
Gracias por el comentario :smile:
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Touluose
Un interesante reencuentro :wink:
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kew-up
Gracias. Me alegro que te haya gustado :smile:
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manolo_bolo
Muy bueno
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royalgiftformen
Gracias bb, muy lindo. besos
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