Despertal anal - Capítulo 1 .- Con mi novia

Despertar anal
Me encantan los culos de las mujeres. Me gustan pequeños y redondos, me gustan amplios y carnosos. Me encanta verlos en movimiento, bamboleándose dentro de sus vestidos, marcando el ritmo de sus caderas. Me encanta sentirlos en mis manos, notar su dureza, su suavidad, su carne tersa. Y me gusta, me vuelve loco, rozar mi pene en el trasero desnudo de una mujer. Recorrer la abertura de sus nalgas, ese canal que esconde su tercer ojo. Rozarme, excitarme con él y llegar a más. Introducirme en sus profundidades. Me encanta follar a las mujeres por el culo. Aunque en mi larga experiencia, me he dado cuenta de que a la mayoría de las mujeres que he llegado a follar por el culo he tenido que convencerlas, y en más de algún encuentro sexual para llegar a ello. No siempre lo he conseguido. Con algunas, he tenido que emplearme a fondo para lograrlo; con otras, lo hicieron a regañadientes, como un favor personal hacia mí y no como la búsqueda de una experiencia de lo más placentera.
De ahí que admire a las mujeres que sí lo experimentaron. Pues después de ello admitieron que, por encima de este primer sentimiento aprehensivo, de mal rollo por la asociación que tenemos de la suciedad que emana del culo, existen unas inimaginables sensaciones de placer que jamás habían experimentado. Y yo siento que me derrito en sus pasajes traseros cada vez que les inserto la polla. Disfruto sabiendo que les duele al principio, porque sé que el placer acaba superando al dolor. Quizás porque es la liberación de algún acto oculto, perverso, prohibido… Y sobretodo, porque es muy placentero.
El uso continuado del culo de mis parejas femeninas para el placer sexual acabó llevándome a pensar en el mío. ¿Podría ser igual de agradable para un hombre la penetración anal? ¿Sería capaz, si se presentaba la ocasión de dejar que me penetraran? ¿Sería esa experiencia un paso hacia la homosexualidad y dejaría de der hetero? ¡Uf, qué dilema!
Lo curioso es que también, en alguna ocasión, me sorprendía pensando en el culo de otros hombres, en sus agujeros, en todos los agujeros que tenemos por los que cualquiera puede ser follado.
Yo, aún sabiendo lo que disfrutaban las mujeres con el sexo anal, me ponía tenso tan solo por la idea de ser penetrado analmente por un hombre. A pesar de ello, llegó un punto en que la idea me empezó a pulular uno y otro día por el coco. No lograba desembarazarme de ella. Cualquier hombre al que le guste follar por el culo a las mujeres sabe que se está dejando llevar por un instinto primitivo, de dominio y sometimiento sobre el que está poniendo el culo para que le penetren. Una manera de demostrar su masculinidad. Y eso no quería perderlo. Mi masculinidad, no.
Tengo un amigo gay que se llama Santi y siempre me dice que todos los hombres heterosexuales que les gusta follar los culos de las mujeres, lo que en el fondo desean es que alguien les penetre a ellos con la misma intensidad, que anhelan sentir lo que sienten ellas en ese momento. Dice que todos sabemos en secreto que nuestros agujeros son lugares potenciales de placer, y que, a pesar de ese deseo oculto, la falta de valentía nos hace quedar insatisfechos y obsesionados sin llegar a probar nunca el placer de ser penetrados analmente. Debe saberlo bien, pues me consta que se ha folladado a decenas de tíos de todos los colores y formas, la mayoría – me confiesa- casados. Quizás tenga razón, pero, aunque así sea, yo, de momento, estoy contento con mi negativa a hacerlo.
Mi penúltima novia nunca me dejó follarla el culo, aunque sí le gustaba que se lo lamiera, y que le metiera uno de mis dedos dentro de él cuando la comía el coño. Mi novia actual, Guadalupe, en cambio, es la zorra más grande que he conocido y disfruto del sexo con ella como un burro. Llevamos ya casi un año juntos. Ha tenido algunos novios anteriores a mí, pero debían ser unos sosos. Sus experiencias sexuales son de los más corrientes y limitadas y eso que es muy fogosa. Cuando yo le planteé se quería follar por el culo y le conté cuánto placer se sentía al hacerlo, se quedó algo confusa con mi pregunta, pero no soltó una rotunda negativa a hacerlo, como las anteriores. Le gustaba experimentar. “Bueno, tal vez algún día te deje hacérmelo”, me dijo. Y yo me sentí el hombre más feliz del mundo porque por fin había encontrado una hembra que no me había dado con la puerta en las narices.
Así que en la primera ocasión que tuve, después de estar largo rato comiéndole el coño, y notando su tremenda calentura, bajé unos centímetros y le lamí sin ningún pudor toda la abertura de sus nalgas haciendo hincapié en el agujero de su culo. Hasta lograr meter dentro de él la punta de mi lengua. Ella trató de alejarse al principio. Supongo que se sintió sucia, invadida. Me dijo que le hacía cosquillas. Pero estaba muy excitada: su coño estaba empapado, así que seguí masajeando su clítoris mientras le lamía el pequeño y apretado fruncido, esa preciosa esca****la rosada. Poco a poco se fue relajando y disfrutando de mis lamidas. Recuerdo sus pequeños suspiros de placer y de deseo por experimentar una técnica sexual novedosa para ella. No le quedaba mucho para correrse cuando realmente le separé las nalgas, revelando su color rosado intenso, y metí mi lengua lo más que pude por ese delicioso agujero que se abría a mi como una flor en primavera.
Las paredes de su ano eran muy suaves, seda en mi lengua, y casi me rompe la nariz cuando al llegar al orgasmo comenzó a retorcer y convulsionar sus caderas. Gritó con una especie de urgencia que nunca la había escuchado. Recuerdo que se quedó bastante aturdida. Y sé que algo había cambiado en el fondo de su psique sexual. Había experimentado un tipo de placer sexual nuevo para ella, más oscuro por sentirlo como prohibido, y diferente. Su reacción me excitó de forma brutal.
Esa noche estaba muy necesitada y cariñosa, quería ser amada, necesitaba asegurarse de que, a pesar de haberme dejado chupar su culo, yo seguía pensando que era una buena chica, decente, y no una puta barata. ¡Oh, las mujeres! Quería que siguiera viéndola como esa chica cariñosa, cálida y para nada una furcia. Yo no había cambiado para nada mi visión sobre ella, y se lo dije, Pero su deseo sexual seguía latente en su cuerpo, lo podía percibir con claridad. Nos quedamos un rato acurrucados el uno contra el otro bajo el edredón. Quería que la acariciara y la besara. Yo lo hacía, pero no podía pensar en su pequeño agujero trasero. Lo único que yo quería era escuchar los sonidos que haría con mi polla al entrar y salir de su culo.
Tuvimos relaciones sexuales la noche siguiente, y me aseguré de darle todo mi amor. Después de haberla calentado hasta un punto de paroxismo, hasta una desconcertante y abrumadora excitación, me la follé al modo convencional, diciéndola palabras cariñosas todo el tiempo: le decía lo hermosa que era y lo mucho la amaba, que me gustaría pasar con ella toda la vida… Fue un polvo memorable. Cuando nos relajamos y nos quedamos abrazados en cucharita, satisfechos y sudorosamente felices, ella me preguntó si alguna vez había "hecho eso" con alguna de mis novias anteriores. ¿A qué te refieres con eso?, pregunté haciéndome el sueco. “Eso, ya sabes, …metérsela por el culo…” dijo medio avergonzada. Sonreí y le dije que sí, que “había engañado” a alguna de ellas para hacerlo y que todas sin excepción, habían quedado muy satisfechas y que luego me lo pedían siempre… (aunque esto no era cierto del todo, solo un par de ellas volvieron a pedírmelo)
Su actitud cambió en ese momento; la notaba muy excitada, moviendo su culo contra mi polla que descansaba sobre sus nalgas. Claramente había despertado su curiosidad: quería saber si desearlo era normal, si estaba bien pensar en su trasero como un órgano sexual. Si otras mujeres, mujeres normales con hipotecas y gatos, que iban a la compra y cuidaban de sus hijos, hacían lo que ella se había dejado hacer la otra noche, entonces no era malo querer repetir e ir algo más lejos. En ese momento me sentí un afortunado, tenía a mi novia, convencida de una manera sutil, ofreciéndome su culo. Recordé sentirme de la igual la primera vez que me metí el dedo en el culo una noche que me estaba pajeando, viendo una peli de porno anal, y tenía una calentura brutal. Me corrí como un burro y me gustó mucho la sensación de aprisionar mi dedo con mi esfínter.
Nos enseñan que nuestros traseros son algo sucio, vergonzoso, repugnante... de ahí nuestra reticencia a usarlo como órgano sexual. Ella estaba midiendo su curiosidad: era consciente ello. Sin volver su cara hacia mí, posó una mano sobre mi culo tratando de acercarlo a ella. Estaba acostumbrado a su candidez sobre el sexo; sentía su inseguridad al compararse conmigo. Yo tenía mucha más experiencia que ella en los temas sexuales y lo sabía, por eso se sentía inferior. Más sabiendo que se adentraba en un territorio nuevo y desconocido. Temía por mi reacción, por lo que pensaría de ella. Además, tenía el dilema de luchar por mantener su imagen “pura y correcta” o volver a vivir ese recuerdo del placer recibido hacía unos días con mi lengua en su trasero. Yo me moría de ganas de atacarla ya. La recordé cómo había disfrutado la noche anterior sin ni siquiera haberla penetrado, y le aseguré que disfrutaría mil veces más si me permitía ir un paso más adelante.
Solo con la idea de conseguirlo, mi polla se estaba poniendo más tiesa que un garrote. Estaba muy excitado. Su recato, por un lado, y su disposición a ceder a sus deseos, me hacía sentir seguro y fuerte, con cierto grado de protección hacia ella. Me sentí varonil y potente. Acerqué mi pecho a su espalda, la hice sentir mi aliento en su nuca y cuello, y la pregunté si quería que jugara con su trasero una vez más. Lupe giró la cabeza y dándome un beso en los labios, asintió, removiendo sus caderas para tratar de acoplarse y encajar mi polla entre sus nalgas. Agarré sus pechos con mis manos y empezamos una especie de danza en la que ambos tratábamos de rozarnos y acoplarnos. Bajó su mano libre hacia su culo y tiró de su nalga superior hacia arriba tratando de abrir su canal apretado haciendo más fácil el camino para que mi polla resbalara por él. Pude sentir sus pezones ponerse más y más duros entre mis palmas. Ella podía sentir, sin duda, mi polla dura testeando todo su canal y resbalando por su agujero. Su cuerpo emanaba un calor casi insoportable, ardía. Fruto del deseo y de la expectación. No creo que mi polla se hubiera sentido tan dura jamás.
- ¿Quieres que te haga el amor de esa manera?
Ella sabía a qué me refería. Esta vez su asentimiento fue más dudoso, pero su respiración me indicaba otra cosa. Era jadeante y entrecortada.
- ¿No me dolerá?
Su voz era casi un susurro. Me miró como un cordero a punto de ir al matadero. Pero al encontrarse con mi sonrisa, sus ojos se encendieron con una chispa de deseo y curiosidad. Le dije que al principio podría doler, pero que se lo haría con mucho cuidado y que me detendría cuando ella quisiera.
- Pero ¿cómo va a entrarme tu pene tan gordo por ahí?
Me sentí orgulloso por esa aseveración. Que Lupe dijera que mi polla era grande era más bien fruto de su candidez y de su falta de experiencias con otros chicos. Lo único que me diferencia de otros hombres es quizás el grosor. No mide más de diecisiete centímetros cuando está erecta, pero si alcanza un buen grosor. Las chicas se corren conmigo porque sienten que las dejo el coño bien dilatado. Dificilmente les cabe en la boca. Cuando se la meto ahí, es como un enorme tapón que las impide respirar, se atragantan con ella al principio, pero luego disfrutan como locas cuando se amoldan a esta magnífica berengena. Cuando descapuchan mi glande, terso y morado, enseguida quieren llevárselo a la boca.
Le dije que confiara en mí, y que, si estaba relajada, todo lo que sentiría sería placer. Todavía parecía un poco reticente a hacerlo. Yo sabía de la lucha que estaba teniendo en su interior: buscar el placer en la vergüenza. Romper tabúes requiere un cierto grado de seguridad emocional. Sugerí que podría empezar lamiéndola y relajándola, que no iría a más hasta que ella me lo pidiera… No respondió, pero me besó apasionadamente, metiendo su lengua en mi boca y chupando la mía como si fuera un bebé tratando de mamar, con avidez, con ansia, con deseo...
Habíamos hecho el amor durante casi media hora, disfrutando de nuestra rutina habitual, y tras el descanso y nuestra conversación, mi cuerpo volvía a estar dispuesto para un nuevo combate. El suyo tambien. Así que la acosté boca abajo y le separé las nalgas. Mi polla estaba apuntando hacia mi barriga y ligeramente tensa, mientras veía su pequeño y arrugado ano guiñándome un ojo. Fue un espasmo en respuesta a su
expectativa tímida. Puse mi boca entre sus nalgas. Soplé suavemente. La sentí temblar delante de mí. No estaba de humor para contemplarla mucho tiempo. Empujé mi lengua firmemente en su culo.
Su esfínter se resistió unas cuantas lamidas, negándose a abrirse a mi llamada. Y de repente se abrió como un donut de azúcar. Me chocó esta manera de abrirse tan de repente y tan fácil. Puse mi mano debajo de ella y comencé a acariciar su clítoris húmedo. Ella gimió sobre la almohada y separó las piernas, permitiéndome un mayor acceso a su sedoso interior rosado. Empujé con fuerza mi lengua más adentro, sintiendo un ligero sabor amargo. Froté mi polla contra las sábanas y comencé a lamer su lindo y sedoso agujero. Era una redonda y bonita “o” gigante. La embadurné bien de saliva. Sentí como abrazaba mi dedo corazón al metérselo dentro; así que aumenté la presión sobre su clítoris con la otra mano. Dejé mi dedo clavado en su culo, sin moverlo. Notaba las contracciones de su esfínter, su presión sobre él, así que no insistí en meterlo más adentro. Sus suspiros se convirtieron en jadeos. La excitación por las caricias que recibía sobre su clítoris hizo que se olvidara por un momento de su ano. Noté cómo se relajaba y cómo bajada la presión sobre mi dedo. No dudé y se lo metí hasta el fondo sin ninguna resistencia. Ella soltó un leve gemido cuando notó entrar mi dedo más adentro. Y siguió gimiendo cuando comencé a sacarlo y meterlo muy despacio una y otra vez, a ritmo lento. Suspiraba y gemía casi en silencio, mientras yo con toda la delicadeza del mundo no paraba de follarla con el dedo. Podía sentir como su culo, cada vez más caliente, se iba abriendo, se iba relajando con mis movimientos.
Mi respiración también era más agitada. El deseo iba creciendo en mí. Retiré mi mano de su coño empapado y la llevé a mi polla, mojándola con sus jugos. Estaba super excitado. Sentía mi cara ardiendo y mi polla saltando mientras la lubricaba con sus jugos y los míos. Me incorporé y me puse de rodillas con mi dedo aún en su culo. Avancé de rodillas hacia ella, entre sus piernas abiertas. La habitación era como un horno de fundición; al menos, así lo sentía yo. El tiempo parecía haberse detenido y no estaba dispuesto a desaprovechar esta ocasión que me brindaba Lupe. No iba a abandonar hasta haberla follado sin descanso ese culo tan provocador que me ofrecía. La iba a follar por el culo, sí. Me sentía obligado a hacerlo: ella lo quería y yo lo deseaba. Mirando con cierta retrospectiva, dudo que algo o alguien pudiera haberme detenido.
Lupe comenzó a moverse mientras yo sacaba mi dedo de su ano. Mientras me inclinaba sobre su espalda, levantó la cabeza de la almohada y se volvió para mirarme. Si en ese momento hubiera cambiado de opinión, hubiera sido demasiado tarde. Había dudas y algo de miedo en su mirada cuando mi boca buscó la de ella y acerqué mis caderas, empujando mi resbaladiza polla entre sus nalgas. Ella comenzó a formular una pregunta, alejándose de nuestro beso al sentir la cabeza de mi polla en el centro de su agujero. Me incliné hacia la izquierda y empujé mi mano debajo de su vientre. Nuestra respiración era agitada. Gimió cuando mi mano encontró su coño y empujé la cabeza de mi polla en su culo. Su esfínter se había cerrado y sentí que no permitía la entrada de mi glande resbaladizo. Fue como si que hubiera quedado bailando al filo de un cuchillo. Estuve a punto de correrme. Me concentré. Sabía que no podía correrme en ese momento o todo se iría al traste. Relax y pensar en otra cosa, era un método que me hacía aguantar más tiempo. Yo era capaz de aguantar indefinidamente.
Me sentí identificado con Lupe. Pude sentir su miedo y tensión. También cómo temblaba todo su cuerpo por la emoción. Estaba disfrutando de su actitud de entrega, de su expectación, de su sentimiento de degradación. Podía identificarme con eso. Incluso quería sentirlo. Mi sensación de poder de nuevo. Yo era el macho alfa dominante, empatizaba con su sumisión hacia mí. Nuestros cuerpos permanecían inmóviles, ambos respirábamos con dificultad: ella, por sentirse aplastada contra la cama, con mi cuerpo encima; yo, por sentir mi pecho aplastado contra su espalda. Notaba el calor de su cuerpo; su piel ardía en llamas. Ambos parecíamos estar en una parrilla.
Despacio, muy despacio, noté cómo su agujero cedía a mi presión y se abría al empuje de mi glande. Su cuerpo fue relajándose. Seguí empujando con firmeza. Lento y firme, notando como se abría su agujero a mi paso. Ella dio un enorme gemido. Fue un ruido gutural que surgió desde el fondo de su ser y llenó la habitación. Dejó caer la cabeza sobre la almohada y se llevó una mano a la boca. Su cabello castaño cayó a un lado de su cuello. Puse mi boca sobre su piel desnuda. Comencé a besarla y gimió suavemente mientras la mordía sutilmente el cuello. Con ternura y delicadeza. Sentí que su esfínter se relajaba. Fui empujando mi pene despacio, con mucho tacto, hasta sentirlo todo dentro de ella. Ambos gemíamos al unísono mientras mi polla se deslizaba más y más adentro, disfrutando de la intensidad del placer compartido por esa fricción. La piel desnuda y ardiente de su ano enfundando la piel desnuda y ardiente de mi polla. Se hundió completamente en la cama y yo apoyé mis manos a ambos lados de su cuerpo para levantar un poco mi torso y no asfixiarla con mi peso. Pude ver como tenía casi la totalidad de mi miembro incrustado en su culo. Lupe, movía la cabeza de un lado a otro entre sus brazos delgados, mientras sus manos se agarraban con fuerza a la almohada. Con los ojos cerrados, sintiendo ese mar de sensaciones que estaba experimentando, unos nuevos placeres que empezaba a disfrutar con intensidad.
Se quedó quieta y callada cuando comencé a follarla lentamente; su cuerpo parecía atrapado por una tensa curiosidad mientras se dejaba llevar por las sensaciones que brotaban de su ano. Yo sentía mi polla resbalar por una funda estrecha de seda. Seguí follándola. Noté que su culo empezaba a moverse, iba al encuentro de mi polla, buscaba que entrara más dentro. Pero no conseguía llegar lo bastante profundo, mis caderas chocaban con sus nalgas. Como si leyera mis pensamientos, al cabo de un par de minutos, levantó sus caderas, cambió de posición y se colocó a cuatro patas. Me incorporé al unísono para facilitarla el cambio,quedando arrodillado entre sus piernas, detrás de ella. Mi mano seguía jugando de forma casi automática con su coño, mi polla seguía dentro de su culo. Yo seguía concentrado en follarle el culo hasta que se corriera de gusto. Ella apartó mi mano bruscamente. Se quedó apoyada en su brazo izquierdo y sus hombros y, con la mano derecha, comenzó a masturbarse frenéticamente. La miré, absorto y entusiamado al notar cómo se masturbaba, mientras continuaba empujando mi pene dentro y fuera de su culo. Ahora las metidas se hicieron más profundas. A estas alturas de la follada, su culo estaba ya muy abierto y resbaladizo. Podíamos oir chocleo de nuestros sexos mojados, con cada envite. Yo flotaba en una nube. Creo que ambos estábamos flotando. Suspirábamos y gemíamos los dos casi al unísono.
- Aaaggg…, aaagg …, aaagggg…. Uuumm… Uuummm… Aaaggg… - Era el único diálogo
Finalmente, la intensidad de su placer la invadió como una ola, gimió profundamente y echó la cabeza hacia atrás, empujando su amplio trasero hacia mí.
- ¡Oh, Dios! ¡Qué gustooo…! ¡Me voy a correr …!
Su voz era profunda. Se mezcló con sus gemidos, con los gruñidos que soltaba con cada embestida. Retorcía sus nalgas contra mi entrepierna, haciendo círculos con ella. Después de varios movimientos, se paró de nuevo y empujó con fuerza contra mí. Sentí que mi pene penetraba aún más dentro de su recto.
- ¡Fóllame con fuerza…! ¡A la mierda mi culo…! Puedes rompérmelo…
Nunca la había escuchado pronunciar tales obscenidades. Ella comenzó a balancearse contra mí, acompasando sus movimientos hacia atrás con los de mis caderas hacia adelante. Se acopló al ritmo de mi follada intensificando su placer.
- ¡Oh, Jesús…!¡Oh, dios mío…! ¡Cómo siento tu polla…! Es tan grande …. No pares, no pares… ¡Fóllame cabrón que me muero de gusto…!
Agarré sus caderas firmemente y comencé a follarla a la mayor velocidad que pude. Estaba encantado de mi fuerza, de lo poderosamente que golpeaba mi polla en su trasero. No podía creer que no la estuviera haciendo daño. La habitación se llenó de sonidos de todo tipo: sus gemidos, el chapoteo de mi polla en su culo, los golpes de sus amplias nalgas contra mis muslos, sus palabras osbcenas, mis jadeos por el esfuerzo… Una mezcla que encandilaba y erotizaba aún más la escena que estábamos viviendo.
Sus movimientos eran tan activos que se detuvo para cambiar de manos, inclinándose hacia el otro lado y empujando su mano izquierda contra su entrepierna. Me detuve para acomodar su movimiento, pero ella se echó hacia atrás con impaciencia y sacudió la cabeza:
- Por favor. No te detengas, sigue follandome sin parar, me vas a partir en dos, pero me gustaaaa… ¡Oooohhh…!
Ahora se estaba masturbando con más urgencia y sentí que su recto apretaba mi polla con espasmos duros.

Gimió profundamente y, entre convulsiones y gritos, comenzó a llorar, a soltar incoherentes súplicas que se volvieron más febriles e insistentes al acercarse al orgasmo. No podía seguir el ritmo a sus movimientos y mantuve mis caderas firmes mientras ella se volvía a follar con mi grueso pene. Silenciosa, más concentrada, su orgasmo la llegó con toda intensidad y fuerza. Su cuerpo se tensó como un arco y sus convulsiones se hicieron descontroladas. Eran sacudidas y estertores como si le hubiera dado un ataque epiléptico. Yo seguí gruñendo entre empujes y sacudidas, procurando no correrme aún. Aunque me costó un montón… Las sacudidas disminuyeron, pero ella teniendo una especie de pequeños calambres que la recorrían todo el cuerpo. Sus piernas temblaban de forma descontrolada. Estaba disfrutando de las sensaciones de su doble orgasmo anal y vaginal.
Poco a poco, el terremoto amainó, dejó de moverse. Yo mantenía mi polla ún dentro de su culo; había disfrutado de las contracciones de su esfínter en mi polla, sin haberme corrido. Era una gran victoria para mí. Por eso se sorprendió cuando comencé a follarla de nuevo. Sabía que ahora estaba abandonada a mis caprichos. La follé por puro placer, con entradas cortas de conejo, manteniendo la mayor parte de mi pene adentro y retrocediendo un par de centímetros antes de volver a entrar. Estaba apoyada en ambas manos, y sus gemidos ahora más que darle placer la irritaban. Se sentía incómoda ahora que la intensidad de su orgasmo había pasado.
- ¿Te gusta esto, amor? – se susurré entre empujes.
Ella asintió, con los hombros tensos, pero percibí un destello de enojada frustración. Quería escucharla
decirme que era una follada increíble. Necesitaba esa reacción. Quería escucharla luchando por acomodar mi polla, llorando de placer y dolor mientras mi virilidad la asaltaba, la abrumaba. Me recosté sobre su espalda empujándola para que se tumbase boca abajo cuando sentí que me llegaba el orgasmo. Agarré sus preciosas tetas que oscilaban de un lado a otro bajo su pecho. Gruñí como un cerdo en su nuca y comencé a correrme empujando mi pene lo más dentro que pude. Mi polla se tensó y ella gritó por el nuevo exceso. Me corrí como un burro, entre gritos, gruñidos y convulsiones de placer, llenando su interior de varios latigazos de esperma.
Seguí haciendo pequeños movimientos de un lado a otro dentro de ella mientras las olas de placer disminuían y volvía desde los cielos a la habitación. El sudor era frío y pegajoso entre nosotros cuando me aparté de su espalda. No quería quitarle mi pene, pero podía sentir sus piernas a ambos lados de las mías temblando por el esfuerzo, así que lentamente me retiré. Mi polla todavía estaba bastante hinchada y empapada con nuestros jugos. Cuando mi polla salió de su ano, arrastró con ella una tibia cadena de semen que resbalaba por perineo y alcanzaba los labios de su coño.
La miré el culo relajado ya. Su rojo y abierto culo se iba cerrando lentamente, aunque todavía tenía pequeñas e involuntarias contracciones. Se cerraba al tiempo que rezumaba gran cantidad de esperma. Sin pensarlo, me incliné hacia delante, y comencé al lamerle su blando esfínter, empujando mi lengua con avidez hacia su interior. Había probado mi propio semen antes, en un momento de aburrimiento y curiosidad, pero no lo había hecho nunca así, empujado por el desenfreno y la lujuria. Envuelto aún en el placer de nuestros orgasmos, lo hice sin pensarlo dos veces. Recuerdo que me sentí un poco avergonzado cuando pensé en todas las mujeres cuyas cabezas había mantenido firmes sobre mi polla mientras querían zafarse de mis corridas en sus bocas. Ahora no podía parar de hacerlo yo. Mi novia derrumbada en la cama, con las piernas lascivamente abiertas era una invitación al banquete. Seguí chupando y lamiendo su trasero, avasallado por la compulsión y la lujuria.
Me encantó el hecho de haber cogido este semen dentro de ella. Me encantó el hecho de que la abertura de su culo estaba roja y distendida, cuando unos minutos antes habían estado fruncidos y virginalmente rosados. Sentí que el calor subía de nuevo en mi cuerpo, sentí que mi pene se endurecía, que no se había suavizado por completo desde que lo había sacado, que seguía vivo y palpitante, que quería de nuevo entrar en su recto. Rápidamente me moví sobre su cuerpo y me acosté a su lado. Ella me daba la espalda. Parecía dormida tras el aturdimiento post-orgásmico, disfrutando de las sensaciones que acababa de tener al sentir mi lengua limpiando de líquidos su ano. Cuando sintió que apretaba mi pene de nuevo contra sus nalgas, despertó para activar la alarma.
- ¿Qué estás haciendo…?
El final de su pregunta acabó con un gruñido de sorpresa que se convirtió en un grito de placer. Acababa de hundir mi polla de nuevo en su culo con un empuje largo y firme.
Podía saborear mi propio semen y su trasero en mi boca cuando agarré sus caderas y comencé a empujar largas y constantes arremetidas dentro y fuera de su plácido, de su ardiente culo. Se movió hacia arriba, apoyándose en los codos y dejó caer la frente sobre la almohada.
- ¡Oh, Dios, oh Dios…!
Su última sílaba se convirtió en un gemido de placer urgente, casi confuso. Nuevamente tuve una sensación de su desconcierto. Ella estaba tratando de conciliar su intenso placer con las sensaciones previas del dolor inicial de sentir otra vez su culo bien abierto.
- ¡Bastardo! - gimió en la almohada, empujando su trasero hacia atrás sobre mi gruesa polla invasora.
- Oh, perdona. ¿Te hice daño?
Ella levantó la cabeza de la almohada,
- Dame este coño trasero que tienes – respiré casi asfixiado – Sé que te encanta, puta. Dime cuánto
lo deseas….
Debí sentirme como una patética caricatura de una estrella del porno, pero en realidad me sentía poderoso e increíblemente excitado. Mi cara estaba ardiendo, mi corazón latía a doscientas pulsaciones, mis palabras llenas de lujuria y una sensación increíble de dominio, del poder de mi polla contra su voluntad, convirtiéndola en mi esclava sexual, convirtiéndola en el objeto más valiosos de mi deseo más guarro. Levanté su muslo derecho para pemitir ver cómo entraba mi polla en su culo sin dificultad alguna. Mi boca estaba por debajo de su pelo, a la altura de su oreja. Todavía podía sentir el sabor de nuestros sexos en mis labios, en mi lengua. El olor de su trasero y mi esperma llenaron mis fosas nasales.
- Te encanta, perra… Dime que te encanta….
Mis caderaas impactaron contra sus nalgas. Incapaz de articular palabra, mantenía un flujo constante de jadeos desde lo más profundo de su pecho. Los puntazos de mi polla generaban pequeños gemidos de placer. Pasaba de las lentas penetraciones, casi imperceptibles, a una tanda de penetraciones rápidas y fuertes. Eso la volvía loca. Éramos una sola carne, una conjunción de dos seres unidos por una potente y dura clavija enchufada en un profundo aro de carne caliente. Así, conectados el uno al otro, Todo mi ser estaba en sintonía con su puto agujero. Pensaba en la imagen de su aro de carne bien abierto y dilatado, relajándose o comprimiendo mi polla en cada entrada y salida. Los sentía ardiendo, quemando mi sexo en su interior. Su excitación desenfrenada, por encima de su voluntad; y su cuerpo abandonado a mis caprichos. Tenía muy relajadas sus piernas y sus nalgas, síntomas del abandono por el placer y el sometimieto. Ello aumentó mi placer y mi disfrute. La estaba jodiendo, y bien -en los dos sentidos- y a ella le encantaba. Estaba follando su trasero, cuyo aroma y sabor me embriagaban; su recto estaba bien empapado con mi esperma, ese esperma que había saboreado y me deleitaba. Podía sentir la jugosidad dentro de ella, haciendo que el sonido de mis embestidas se transformara en un chapoteo cada vez más rápido como las gruesas de gotas de agua que preceden a una tormenta de verano, al auténtico jarreo que es la llegada a un orgasmo bestial. Las contracciones repentinas de su culo apretando mi polla me hicieron saber que se estaba corriendo; ello hizo que yo no aguantara más y yo hiciera lo mismo. Nuestros orgasmos sincronizados llenaron la habitación de gruñidos y sonidos lascivos: el golpeteo de las nalgas y los muslos, respiraciones entrecortadas, gemidos, gritos, aguacero final… Entre medias de ambos una sustancia cálida y pegajosa inundando su culo y saliendo a borbotones embadurnado nuestros cuerpos y llenando de efluvios a****les el ambiente. Su ano ordeñaba mi polla sin contemplaciones, tratando de succionar todo mi ser. Creí morir de gusto mientras mi polla expelía los últimos latigazos de semen en su interior y mi cuerpo se relajaba completamente encima del suyo. Solté su pierna y me tumbé de espaldas. Mi polla salió de su culo, con si fuera el descorche de una botella. Ella gritó un imperceptible ¡ooohhh, nooo...! como queriendo retenerla en su interior, pero, agotada y satisfecha, se abandono en los brazos de Morfeo.
Pubblicato da SirLawrence23
1 anno fa
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